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En otoño del año 2005 Occidente fue conmocionado por una explosión de violencia que amenazó con desembocar en un choque de civilizaciones: las crecientes manifestaciones en los países árabes contra las caricaturas del profeta Mahoma publicadas en el Jyllands-Posten, un periódico danés de pequeña tirada. Lo primero que se debe destacar, tan obvio que habitualmente se pasa por alto, es que la mayor parte de los miles de personas que se sintieron ofendidas y se manifestaron contra las caricaturas ni siquiera las habían visto. Este hecho nos enfrenta a otro aspecto de la globalización menos atractivo: la "aldea de la información global" es la condición del hecho de que algo que apareció en un diario desconocido de Dinamarca causara una enorme conmoción en países musulmanes remotos. Es como si Dinamarca y Siria, Pakistán, Egipto, Irák, el Líbano e Indonesia realmente fueran neighbouring countries. Los que entienden la globalización como una oportunidad para la tierra de ser un espacio unificado de comunicación, un espacio que reúna a toda la humanidad, a menudo no advierten este lado oscuro de su propuesta. Puesto que el prójimo (neighbour) es -como Freud sospechó hace mucho tiempo- una cosa, un intruso traumático, alguien cuyo modo de vida diferente -o, más bien, modo de goce materializado en sus prácticas y rituales sociales- nos molesta, alguien que destruye el equilibrio de nuestra manera de vivir y que cuando se acerca demasiado puede provocar una reacción agresiva con vistas a desprenderse de él. Como afirma Peter Sloterdijk, "más comunicación significa sobre todo mucho más conflicto". Por ello es acertado afirmar que la actitud de "comprender al otro" debe completarse con la actitud de "apartarse del camino del otro" manteniendo una distancia apropiada, implementando un nuevo "código de discreción".
La civilización europa encuentra más fácil tolerar los diferentes modos de vida, teniendo en cuenta lo que sus críticos por lo general denuncian como su debilidad y fracaso, es decir, la alienación de la vida social. Uno de los aspectos que demuestra esta alienación es que la distancia está entrelazada con el tejido de la vida cotidiana: incluso si yo vivo junto con otros, en mi estado normal los ignoro. No me está permitido acercarme demasiado a los otros, a los demás. Me muevo en un espacio social donde interactúo con otros obedeciendo ciertas reglas externas "mecánicas", sin compartir su mundo interior. Quizá la lección que deba aprenderse es que algunas veces es indispensable una dosis de alienación para la coexistencia pacífica. A veces la alienación no es un problema, sino una solución.

Slavoj Žižek (2008), Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, Buenos Aires, Paidós, 2009, pp. 76-77