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En la primavera del año 1988 después de Cristo, Francisco de Narváez puso a su madre en una encrucijada bíblica. La obligó a elegir a cuál de sus dos hijos varones sacrificar: a Carlos o a él. Doris Steuer debía expulsar a uno de la dirección de Casa Tía, ¿pero a quién? ¿A su morocho imaginativo y bonachón, o a su coloradito directo y resolutivo? Y en la decisión de Doris, por si le faltara dramatismo al multiple choice siniestro entre sus dos muchachos, se jugaba el futuro de la empresa familiar fundada en 1933 por Karel, su propio padre. En fin, una tragedia griega forzada por De Narváez, el día en que se apareció en el primer piso de Santa Fe 1970 y  le dio el ultimátum a Doris y a Andy Deutsch, los accionistas cincuenta y cincuenta de Casa Tía.
Al momento del chantaje narvaecista, Tía empleaba a más de tres mil personas y era la única cadena minorista con presencia nacional. Para que se entienda, era el equivalente de los actuales supermercados chinos. Tenía casi cincuenta sucursales: estaba en ciudades grandes como Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mar del Plata y Mendoza, pero también en las de hacer la siesta y dejar la bici tirada, como Tandil, Chivilcoy, Laprida y Río Gallegos.
Para fines de los ochenta, antes de que la fabricación de pobres en serie alcanzara sus mejores resultados, cualquier argentino que no viviera en un taper ya había comprado en un Tía, conocía uno o, al menos identificaba su logo: ese Tía rojo chillón parecido al color del traje de papá Noel, escrito en imprenta minúscula y con el palito horizontal de la "t" estirada como un techo, dándole un reparo solidario a la "i" y a la "a".
La mayoría de los civiles informados de más de treinta creía y todavía cree -hagan la prueba- que las letras de Tía eran las siglas de "Tiendas Israelitas Asociadas". Si se mencionaba a Tía, ése era el comentario social que surgía. ¿Un rumor antisemita? Posiblemente. Carlos Corach, por ejemplo, se juega por la hipótesis de los prejuicios criollos. De Narváez no: asegura que se difundió así por la "gran presencia de la colectividad en el comercio argentino".
La razón social de Tía, en realidad, era "Tiendas e Industrias Asociadas". No sólo no había mención al pueblo originario de Oriente Medio: ni siquiera la "a" era de "Argentinas", porque la primera filial sudamericana de la tienda fue colombiana. Y el concepto del nombre era una apelación emocional al rol de las tías, casi una reivindicación de ese parentesco, hoy algo relegado por el achicamiento de la institución familiar. Tía además era la traducción exacta del Te-Ta original de Checoslovaquia. Ponerle Te-Ta, acá, quedaba raro.
La información que el pueblo argentino sí manejaba con exactitud -y la que más le interesaba- era que Tía vendía barato. Una virtud sin contrapesos graves. Porque sus precios eran los del promedio de plaza menos uno, y no por eso presentaba el aspecto deprimente de las cadenas que vinieron después, cuando el empobrecimiento nacional se hizo visible y se tradujo, en el rubro del comercio minorista, en el boom de los comercios hard discount.
Nos referimos a los Eki, a los Día y a los Ekono (años más tarde, propiedad estos últimos de De Narváez-Deutsch en un 50%), supermercados que se instalaron en los noventa y existen hasta hoy. Sumariamente, se trata de cajas de zapatos de unos 500 metros cuadrados, en general desprolijas y mal iluminadas, sin variedad de productos, con marcas propias horribles y alternativas peores. Supermercados pioneros en el recurso de cobrar las bolsas y donde rige el sistema de venta inducida del tipo "¿quiere aprovechar la promoción de toallitas a sólo noventa y nueve centavos?".
Digamos que un domingo a fines de los ochenta, uno podía meterse en un Tía cualquiera, caminar por los pasillos, mirar las góndolas, comparar precios, concretar la transacción y retirarse. Y, a diferencia de lo que hoy genera la experiencia de los hard discount, hacerlo sin la mirada melancólica o la energía reducida a acciones de subsistencia.

Andrés Fidanza. El o vos. Francisco de Narváez y la política como plan de negocios, Sudamericana, 2013, pp. 101-103